Leer lo ilegible


La cultura de la ilegibilidad nace y se desarrolla en muchos frentes. La economía y la política son ejemplos obvios pero nunca hay que darse el lujo de soslayar otros.

Desde prospectos médicos, guías telefónicas, condiciones de compra en cuotas hasta comunicaciones oficiales y campañas políticas pasando por medidas económicas que nos son contadas a medias —o haciendo uso de un léxico que no dominamos— pero cuyos alcances nos van a afectar más que a quienes nos las enuncian.

Hechos y cuestiones que vemos pasar y que no logramos descifrar. Hechos y cosas ilegibles, tramposos. Y aquí me detengo. ¿Lo ilegible es tramposo? O mejor dicho, ¿apostar a la ilegibilidad de un mensaje es tenderle una trampa a sus posibles destinatarios?

Creo que decir algo para ocultar otra cosa habla de cierta falta de transparencia. Pero por otra parte, ¿existe la transparencia en la comunicación?


Las letras sirven para comunicar algo.

Si uno escribe o compone enunciados con tipografía es porque desea que sean leídos —decodificados correctamente— y pare ello es preciso contemplar aspectos perceptuales, funcionales y morfológicos.

El lenguaje, origen y causa del raciocinio humano se compone —cuando tiene su forma escrita— de un conjunto de signos que tienen su estructura básica. Esa estructura es la que el diseñador de tipos viste, recrea y hace renacer una y otra vez.

El diseñar desde la ilegibilidad es una decisión que muchas veces puede ser a causa de lograr simple ornamento o bien, potenciar la expresividad de una composición. También puede obedecer a no tener (ni querer) decir nada concreto.

El mundo que nos rodea está repleto de mensajes pero se dice poco y nada. Quizá sea que no conviene dar muchas precisiones ni jugarse demasiado por algo. Un mundo inestable, en el que creemos y queremos estar enterados de todo lo que nos rodea pero perecemos en un mar de información cruzada, confusa, falaz. Ilegible.

¿La realidad es ilegible? ¿O conviene hacerla lo más ilegible que sea posible? Concretamente, ¿por qué no permitir la correcta lectura de determinados enunciados? ¿Por qué crear tipografías o composiciones que parecieran no haber nacido para ser leídas?

Si hay algo concreto que decir, se dice y punto. ¿Y punto?

No existe la univocidad. Si los mensajes, de repente, se corporizasen en finos hilos no podríamos movernos ni un milímetro de donde estemos de tamaño matete que se armaría.

Digo: legible no implica unívoco.

Podemos componer un texto brillantemente y podemos lograr, de ese modo, que su lectura sea pausada y descansada. Pero ¿podemos lograr una mejor comprensión del mismo? En absoluto creo que esto dependa de la legibilidad. Quizá sea cierto que si ponemos palos en la rueda al reconocimiento “óptico” de los caracteres no estemos ayudando a una correcta comprensión del texto pero yo me quedo con el concepto de decodificación.

La legibilidad es decodificación y no depende solamente de que uno esté alfabetizado o no. Lo decodificable es asimilado con mayor rapidez por nuestra mente, nuestro cerebro comienza a asignar significados y establecer relaciones. La energía que demanda este proceso no es poca y no invertirla nos hace sin duda más vacíos, más vulnerables.

No podemos resignarnos a no leer. Tenemos que verdaderamente LEER lo que nos rodea.

‘Hay que leer la letra pequeña’ reza el dicho que advierte sobre posibles futuros dolores de cabeza que puede traer firmar contratos o convenios sin la conveniente precaución. Que la letra en donde se dice lo importante —y que no hay que dejar de leer— sea absurda y taimadamente pequeña no puede obedecer a cuestiones económicas de ahorro de papel y tinta. La idea subyacente es esconder (vale agregar que no siempre el texto debe estar chico para que esconda su verdadero significado…).

Ilegibilidad a propósito.

Las bases y condiciones de concursos promocionados televisivamente son la versión cinética de este fenómeno; en las promociones de estos concursos uno suele ver la aparición súbita de una chorrera de texto microscópico a toda velocidad que, en vez de permitirnos descifrar sus contenidos, nos dice muy clara y legiblemente: “no quiero que me leas, sólo existo por una cuestión legal que no tiene sentido explicarte’.

Hay también una versión auditiva: las voces ridículamente aceleradas de los locutores de algunas promociones radiales que en uno o dos segundos recitan bases y condiciones que tomaría diez o más decir correctamente.

En definitiva, siempre que quien enuncia opta por la ilegibilidad como recurso lo hace de modo conciente —o más bien, nada inocente—, más allá de que pueda estar influido por tal o cual moda de turno.

El diseño es altamente permeable a la moda. Digo moda por tratar de resumir aquellas tendencias que nacen en países centrales y que se derraman lenta pero implacablemente sobre nuestros cerebros periféricos.

Muchos libros de diseño que compramos, revistas que leemos y páginas web que navegamos nos bajan línea sobre qué es lo que va a usarse la próxima temporada. Este mensaje sí es contundente, legible.

Hay muchos diseñadores que eligen subirse a este tren cuanta vez lo ven acercarse al andén, tratando de generar un discurso a tono con el presente y consecuentemente con ello, más ingresos y más clientes ávidos de esa cualidad: estar a tono con el ahora, con el momento. Que sus mensajes sean legibles hoy, ahora. Ya.

Sin embargo hay diseñadores que toman otra ruta. Enuncian desde otro lado. Apuntan y hacen uso de cuestiones más básicas —clásicas, debería decir— de la retórica. Figuras y recursos que distan de ‘pasar de moda’ ya que están entre nosotros desde hace miles de años (y no exagero, miles) y siguen siendo, en cabezas y manos adiestradas, tan efectivas y potentes como siempre. La lectura de sus resultados gráficos es clara, efectiva y potente. La legibilidad desde otro lado.

No tengo ni que decir que el atarse a la moda —esencialmente efímera— implica sujetarse fuerte para aguantar los vaivenes que ella tenga en su corta o larga existencia, por lo que nuestro trabajo será carne de esa inestabilidad y los mensajes que diseñemos pasarán a ser no sólo equívocos (como todos), sino que tendrán una muy próxima fecha de vencimiento.

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